sábado, 21 de febrero de 2009

Sordera

Hace algún tiempo que no escribo nada, porque he estado enferma de gripe. Ha sido tremendo, no recuerdo haberme sentido tan mal, ni haber estado encamada tantos días, desde que tuve el sarampión cuando era pequeña.

Después de haber pasado por esta experiencia, no me extraña que la gripe se llevara por delante a miles y miles de personas, por ejemplo en 1918. Es cierto que ahora comemos mejor y tenemos más salud, y que en Europa por entonces estaba terminando o había terminado la Gran Guerra.

Pero todavía no me he recuperado del todo, queda como remanente (y el médico me ha augurado todavía dos semanas más) lo que me podía dar más fastidio: casi no oigo del lado izquierdo.

Precisamente mi oído izquierdo, el más sensible al sonido y el más delicado (ha pasado por muchas otitis). El que me permitía cantar menos desafinado de lo normal.

Es curioso: no tengo conciencia de haber aguzado la sensibilidad del oído derecho (el médico me dijo que también estaba mal, pero menos), sino que esa sensación que todos tenemos de nuestra voz cuando hablamos, cuando cantamos, estaba multiplicada por diez. No oía el exterior, pero mi interior atronaba, amortiguada la claridad del sonido. Un desagradable taponamiento -menos mal que no dolía-. Ah, y mi sentido del equilibrio (el físico) también ha sufrido lo suyo.

Por otra parte, tiene sus ventajas: seguro que me he librado de escuchar alguna majadería, aunque casi he comprobado que las tonterías mayores siempre se dicen tan alto que hasta los sordos temporales, como yo, se enteran.

Entre los contras está que llevo tres semanas sin escuchar ni un solo disco, tampoco ir al cine y leer lo justito. Con el dolor de cabeza, la congestión y la sordera, había poco espacio en mi cerebro para disfrutar de nada. Y me molesta girarme para oír mejor por el lado derecho (estoy acostumbrada a hacerlo por el otro), o decirle a la persona que me habla que se ponga enfrente para leerle los labios a la vez que me llega algo de su conversación.

Aun así, no he dejado de ir a los conciertos de los que tenía entrada, y la sensación fue a medias de frustración, a medias de conformismo. Un amigo no podía creer que yo no despotricara porque un tipo había programado la
suite inglesa de Bach para tocarla con un piano Steinway de gran cola. Él sabe que soy de las que prefiere un clave a un piano para la música barroca y que detesto a esos enteradillos que dicen que "es que Bach ya pensaba en orquestas de ciento y pico de músicos o en pianos como los que tienen ahora las salas de concierto", porque me parece falaz... Y también sabe que escucho con arrobo las variaciones Goldberg tocadas por Glenn Gould en un piano Steinway.

No hay más que una aparente contradicción: Gould podía hacer lo que le diera la gana, tal era su genio. El resto de los pianistas que se enfrentan a ese tipo de repertorio, lo siento, pero no me emocionan como los buenos clavecinistas (no digo ya geniales al igual que Gould, como Scott Ross); y yo voy a emocionarme a un concierto. A llorar con lagrimones, a sentir un escalofrío. A que después del concierto tenga ganas de celebrarlo, brindando por el intérprete, el compositor y su abuela, si es preciso. Creo que si hay algún asiduo (¡¡hola!!), lo habrá comprobado por entradas anteriores.

Estaba hablando de la sensación de los conciertos con sordera... El esfuerzo de escuchar estaba empañado por el taponado del otro oído. No distinguía demasiados matices, y seguro que el concierto de Matthias Goerne fue impresionante; tuve que ponerle un 30% de "imaginación sonora" para aproximarme a lo que hubiera escuchado en condiciones normales. Lo mismo con el del pianista, que no era malo, aunque su criterio programando me pareciera discutible.

Como ya he dicho, el médico me da dos semanas más de molestias. Cada vez noto más cambios favorables, de hecho me paso el día observando el comportamiento de mis oídos, igual que antes observaba el sonido interno de mi voz.

¡¡Me muero de ganas de volver a disfrutar en estéreo!!

martes, 3 de febrero de 2009

Lo prometido es deuda (y 2)

Creo que la entrada anterior merece, al menos, una segunda parte.

Toda vez que el domingo por la mañana, mientras me dedicaba a las tareas propias -limpiar- oyendo a Chico Buarque (también vale Van Morrison, The Kinks o cualquier cosa con marcha), reparo en "Tatuagem", que tiene su ración de versos gore: "Quero ser a cicatriz risonha e corrosiva/Marcada a frio, a ferro e fogo/Em carne viva". Lo del hierro en carne viva me recuerda sin remedio al Santo Oficio de la Inquisición, aunque lo de adjetivar con "corrosiva" también tiene su puntito.


He de decir que mis nociones de portugués (a pesar de mis amigos lusoparlantes) son tan exiguas como las de cualquier español que no sea gallego, así que me veo expuesta a muchos "falsos amigos". Las letras de Chico tienen un lenguaje demasiado rico para mi corto entendimiento, pero creo que ésta es comprensible...

Otro verso gore a más no poder es aquel de "El emigrante": "me voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil"; o aquellos de "Dime que me quieres", aunque son más tipo masoquista: "Si tú me dijeras que fuese descalza,/pidiendo limosna descalza yo iría. /Si tú me dijeras que abriera mis venas,/un río de sangre me salpicaría./Si tu me dijeras que al fuego me echase,/igual que madera me consumiría./Que yo soy tu esclava y tú el absoluto/señor de mi cuerpo, mi sangre y mi vía".

Luego están las de momentos inquietantes: Uno de mis favoritos es un tiento que canta Carmen Linares que dice: "Si a medianoche en tu cama/te despierta un viento frío,/por Dios no te dé guindama/que son los suspiros míos,/que a medianoche te llaman". Cada vez que la escucho me acuerdo de Cumbres borrascosas; será por el viento. De todos modos, no voy a releer a la Brontë para encontrar la respuesta.

Los amigos saben de sobra que me encanta la copla. Siempre me ha intrigado por qué en la dictadura se permitía la difusión de todo este cancionero poblado de prostitutas, amores adulterinos, etc. No sé si porque el final es invariablemente trágico. Tengo conciencia de que al menos hay una versión censurada de "Ojos verdes", donde la protagonista dice "apoyá en la puerta de mi casa un día", mientras la versión primigenia decía "apoyá en el quicio de la mancebía"... Un patinazo de los censores comparable al incesto de Mogambo, porque infería que la chica se dedicaba al oficio más ancestral digamos... por libre. Creo, no estoy segura, que esta canción es anterior a la guerra y durante la II República las casas de lenocinio estaban legalmente permitidas, mientras que en la Dictadura era completamente ilegal.

Junto con los versos truculentos, hay imágenes tan hermosas como aquella de "en mis sienes había noches/y en las suyas madrugás". Ya está poblándose de madrugadas mi cabeza, quizá por eso me guste tanto.

Y sé que estoy de suerte, porque la Biblioteca Nacional acaba de inaugurar una exposición de sus fondos dedicados a la copla, hasta el 12 de abril.