sábado, 27 de marzo de 2010

Como siempre, música

Ayer estuve en la ópera.

Representaban L'arbore de Diana, de Vicente Martín y Soler, con libreto de Lorenzo Da Ponte. En principio la cosa prometía, algunas personas me habían dicho que estaba graciosa. Problema: por mucho Da Ponte que valga, la música no es tan buena como la de Mozart, aunque sigue todos los postulados del clasicismo, es amable, divertida y trata de lo de siempre: amores.

Algunos amigos decidieron irse en el entreacto, muy desengañados porque la música no estaba a la altura de lo que esperaban. No fueron los únicos. Ah, tampoco es que el libretista se esmerase demasiado...

Me recordó la zarzuela Clementina de Boccherini, que escuché hace unos meses y comenté en el blog. La música de ésta es mucho mejor, sin embargo tuvo menos fortuna... Martín y Soler hizo "carrera internacional" en Viena, mientras que el italiano estuvo en España trabajando para un público selecto, pero esto le reportó menos popularidad en el extranjero.

Me puse a pensar que en el arte, el personaje que representa la castidad frente al deseo es Diana, que no se priva, por otra parte, de sus amores con Endimión... Vale que las deidades del panteón grecorromano suelen tener distintas "caras", parecidas hasta donde que yo conozco a los dioses de panteón hindú (aunque puedo estar equivocada).

Debo decir que me molesta que sea un personaje femenino el que aparece como bastión de las virtudes, que luego cae como cualquiera. Entra dentro de la tradicional consideración de las mujeres como seres frágiles y volubles. Los que conocen sobre historia de las mentalidades, saben bien de lo que escribo.

En la ópera de ayer, momento estelar lo tuvo precisamente Diana, con una preciosa aria (quizá lo más sobresaliente de la noche) resaltando la castidad frente al "amor", esto es, al deseo y al sexo.

Por cierto, los cantantes estuvieron todos bastante bien, teniendo en cuenta además que era la última representación y estarían cansados.

Otra cosa: Este mes de abril se conmemora el centenario del nacimiento de Akira Kurosawa, el director de cine. En la Filmoteca van a hacer un ciclo de sus películas, que recomiendo al que se pueda acercar. Yo comencé a aficionarme al cine japonés con sus obras, será un placer verlas otra vez.

sábado, 13 de marzo de 2010

Manchas

El blogusino de hoy es muy personal. Suelo comentar cosas pasadas de tipo general (con la debida distancia, claro), pero hoy va a ser algo diferente.

Esta mañana estaba ordenando ropa para meterla en su sitio y viendo las manchas del mantel de las ocasiones especiales, me ha dado por pensar en cómo cambian las personas. Yo, en concreto.

Curioso que nunca me ha importado demasiado un plato roto o un vaso caído, pero sí los manteles manchados y en general el descuido en la mesa. Bien mirado, todas esas circunstancias son producto de una torpeza y yo soy muy torpe; tendría que hacerme mirar por qué una cosa me afecta más que las otras.

Hace unos años vivía en España un amigo sueco y le invité a cenar junto con otra amiga española. Aunque mi amiga es abstemia, él y yo no tuvimos mayor problema en abrir una buena botella de tinto.

He de decir que no he visto en nigún sitio más variedad de vinos y licores que en un
systembolaget (comercio donde se expenden bebidas alcohólicas, monopolio del Estado) en Suecia, donde no se produce vino pero beben más que bastante y a unos precios exorbitantes.

Mi amigo cometió el error imperdonable de derramar unas gotas en el mantel y mis ojos llamearon de ira (tipo cómic, imaginadlo), de tal modo que se quedó entre asustado y enfadado por lo que bien podría parecerle una niñería.

Es verdad que ese mantel (no el de las ocasiones especiales) es de color crudo y lo bordé hace muchos años, así que le tengo un cierto cariño.
Como era de esperar, la mancha permanece desde entonces. No voy a echar lejía por no cargarme el color del bordado y el remedio casero de frotar con vino blanco no funciona, al menos con manchas viejas.

Con el tiempo, mi rigorismo en cuanto al cuidado o torpeza que pueden/puedo tener con mi ropa de mesa ha disminuido.

De hecho, en una cena a la que asistieron mi hermana y otros tres amigos, uno de ellos descorchó una botella de cava y parecía que habíamos ganado una carrera de Fórmula 1. No lo hizo a propósito, pero el caso es que el cava llegó al suelo, porque la mesa era de jardín, con listones separados entre sí. Debo decir que me dió la risa floja y me lo tomé con humor, cuando quizá un par de años antes le hubiera fulminado cual Júpiter tonante.

En una cena poco después, a la que asistían mi dilecto maestro, el no menos dilecto acompañante y un tercer amigo, éste último manchó tremendamente el susodicho mantel de las ocasiones especiales con un Oporto, oscuro como el petróleo, que resultó delicioso.

Esas manchas son las que he contemplado esta mañana, pensando no en el destrozo, sino en que son un recuerdo imborrable (el adjetivo no es retórico) de una noche estupenda con comida, bebida y compañía excepcionales...

Pero eso no obsta para que mi pobre amigo esté castigado a usar la servilleta que igualmente manchó intentando arreglar el desaguisado.

Cuando el mantel y las servilletas estén tan coloridas que no se sepa cuál fue la primera y cuál la última mancha, entonces le levantaré la sanción. Será síntoma de que ha habido muchas y muy buenas cenas de las que hemos disfrutado, suficientemente especiales como para sacar el mantel de las grandes ocasiones.

Me ha quedado un poco sentimental ¿no?