sábado, 10 de marzo de 2012

Tusones o vellocinos

Hace una hora regresé de la expo del Toisón de Oro. Desconocía algunas de las pinturas y grabados y echo de menos un poquito más de explicación de todo el gazpachito conceptual que se gastaba Felipe el Bueno cuando fundó la orden.
Pero me ha servido para comprarme un par de librines (el catálogo y otro sobre ceremonial en la corte de Borgoña... [A otros les da por morder farolas]) y recordar mucho, mucho la visita que hicimos mi tía Sita y servidora a Gante y acordarme de su esposo, mi tío Manolo. Por él tengo las diapositivas de las pinturas que conmemoran dos capítulos de la Orden que están allí, con los escudos y los títulos.
Da no se qué encontrarte estos títulos en francés antiguo del trespuyssant Felipe II, y sentir el peso de algo que se ha perdido irremisiblemente y del que sólo se conservan... eso, descripciones, pinturitas.
Casi seguro que los visitantes se fijan poco en esos escudos (o en los que hay en la catedral de Barcelona, pues allí se celebró el capítulo de 1519) y van a ver el Tríptico del Cordero Místico, que es apabullante, por otro lado.
Cuando fui, no sabía o no recordaba que estuvieran esas pinturas y me produjeron una emoción que no puedo describir con facilidad, intentando recordar quiénes fueron esos señores, ya muertos hace siglos, qué hicieron... Vale, es lo que tenía estar recién licenciada en Historia y haberse especializado en esa época y en esas cosas. Supongo que sigo siendo un poco friki...
Y ahora todo se me mezcla con las palabras de Jorge Manrique sobre los que se fueron, verduras de las eras.
Y me sorprende que no he visto ninguna foto del actual soberano de la Orden (el rey de España) vestido con el tradicional manto de la Orden, sólo el joyel. Isabel de Inglaterra no tiene reparo en aparecer con la vestimenta de la Orden de la Jarretera (honni soit qui mal y pense) y son tan tremebundas una como otra.
PS: Este mes en la Filmoteca hay un par de ciclos interesantes: uno de las películas "alemanas" de Fritz Lang y otro de Elizabeth Taylor.

viernes, 6 de enero de 2012

Epistológrafa

Hola y Feliz Año Nuevo:

Hace mucho tiempo que no escribo blogusino alguno, concretamente, desde que he vuelto a la Universidad para hacer un posgrado. Debo decir que lo hago principalmente por razones de índole profesional, pero también (y esta es mi excusa), que me roba todo el tiempo del mundo y alguno más.

Sin embargo, bien para desconectar de tanto artículo contemporáneo o para leer algo con un estilo menos conciso, llevo desde hace tiempo leyendo novelas, fundamentalmente del XIX. Y en ellas aprecio más conscientemente la importancia de un gesto que ya casi se nos ha olvidado: escribir cartas.

Ya, el correo electrónico nos libera de muchas cosas, igual que en su momento el teléfono... Y ni hablar de Skype. Pero no es eso a lo que quiero referirme.

El uso del teclado, como yo estoy haciendo ahora, nos está privando de una destreza manual, puesto que usamos las manos para escribir cada vez menos.

Adoro escribir cartas al estilo antiguo, con papel y pluma, varias hojas. Soy plumífera desde que me regalaron la típica de la comunión... Bueno, en realidad me regalaron dos y una no sé qué fue de ella. La otra la conservo y la uso, por supuesto.

En el acto de escribir a mano, una carta o lo que sea, nuestra mente se concentra de una forma distinta, del mismo modo que al leer una carta recibida. Buscamos palabras con más cuidado, porque si no es una ruina de papel desperdiciado (o de tachaduras), nos ponemos en situación con qué le vamos a contar al destinatario. No es lo mismo escribir a tu madre que a tu novio, o a una amiga con la que has pasado aventuras sin cuento.

En tiempos, yo me escribía con una amiga, incluso estando en la misma ciudad, solo por el placer de la escritura, de la expresión. También echo de menos la correspondencia con mi hermana, que hace mucho que no reanudamos.

Me temo que ahora ya no hay novelas epistolares, como Les liaisons dangereuses u otras por el estilo. Quizá haya con formatos de correos electrónicos. Sé que se han hecho novelas partiendo de blogs, pero no es lo mismo.

Unos amigos, cuando quieren celebrar una fiesta especial en su casa, envían invitación por correo. Es algo que me parece estupendo, salvo si casi llega el mismo día del acontecimiento. Evidentemente, se les responde en el mismo tenor, con tarjetón manuscrito y si me apuran, con lacre y sello.

Todo me recuerda a Amarraditos, aquella canción que cantaba Mª Dolores Pradera.

Si es que soy una nostálgica.