viernes, 28 de noviembre de 2008

Otras músicas

Esta semana he dudado si escribir algo sobre mi profesión o sobre mis aficiones... Gana el placer, ya escribiré en otro momento sobre cosas relacionadas con el trabajo.

Yo no sé qué pasa, esta semana he ido a tres conciertos. Dos auténticamente impresionantes y otro, 50%...

A esto se suma la noticia de que el Ayuntamiento de Madrid ha cerrado unas cuantas salas de conciertos y discotecas, aprovechando la desgraciada muerte de un joven. Creo que es un error. No me gustan las discotecas, pero sí los locales de conciertos... Por cierto, al menos una de ellas era las dos cosas y los vecinos se quejaban de la "disco", no de los conciertos...

Me gusta mucho escuchar música, pero prefiero ir a un concierto que comprarme un disco. Supongo que busco esos "momentos mágicos", en los que una música escuchada mil veces se transforma en algo nuevo. Cuando aprecias matices o cuando eso que oyes te revela algún significado distinto.

Es cierto que suelo ir más a conciertos de música clásica porque si fuera a todos los conciertos que me apetecen, me dejaba algo más que el sueldo. Pero da igual qué tipo de música sea.

Un crítico de renombre decía que era una estupidez eso de que la música se divide en buena y mala. Discrepo: con criterio escuchas a la última esperanza del "brit-pop", a la superdiva de la ópera o a los músicos tradicionales rascando la botella de anís y discriminas si es bueno o malo. Por lo menos, si te gusta o no.

Otra cosa es estar de fiesta y decidir que es el momento de bajar la bola de espejos y convertirte en adorador de Tony Manero.

Los dos conciertos que me gustaron más fueron un concierto de Christian Zacharias en Madrid y otro de Alfred Brendel, que se retira y para mí fue un regalo, irse dejando el pabellón bien alto, nada de "pobrecito, está decrépito y hace bien en retirarse". Aproveché para visitar Barcelona y disfrutar de un fin de semana diferente.

La semana había sido bastante mala, las típicas cosillas del trabajo, que no te encuentras bien (ahora sé que estaba incubando un catarro de proporciones considerables), etc... Recuerdo que en concierto de Zacharias mi cabeza estaba en otra parte, pero... Parecía como si la música me estuviera llevando a su terreno, "deja de pensar en eso, en aquello, en lo otro... Atiende allá abajo, no te lo pierdas". Afortunadamente hice caso y salí de allí con una sensación de placidez con la que no había entrado ni de lejos.

En el otro, a mi catarro le faltaban pocas horas para manifestarse. Como no me sentía mal (creía que el cansancio era del viaje), ni pensé en no ir. Fue fabuloso, prefiero no contarlo con detalles para no dar envidia a los melómanos que puedan leerme. Lo que sentí con aquella sonata de Schubert es indescriptible. Y la conciencia de que nunca más volveré a ver tocar a este hombre en directo...

El día siguiente lo pasé en el sofá, dormitando, bebiendo agua, gastando pañuelos y con la espalda dolorida.

Recomendación: The uncommon reader, de Alan Bennett. Es un relato corto (algo más de 100 páginas en cuartilla). Lo leí en el tren y disfruté mucho. No sé si hay traducción al español y si es buena.

sábado, 15 de noviembre de 2008

El doble

Llevo tiempo dudando si poner esta entrada. Pero tras comer con unas amigas a las que llevaba más de un año sin ver, me he decidido.

En el verano de 2005 me fui al extranjero, a hacer un curso de idiomas. En el ejercicio de nivel, nos mandaron hacer una redacción con un tema que me chocó mucho, pero que parece tiene su importancia. Nos pidieron escribir sobre si éramos hijos únicos o el lugar que ocupábamos en el número de hermanos, y si creíamos que esta posición había influido en nuestra vida. Recuerdo que me dió bastantes quebraderos de cabeza, no sólo por el idioma, sino también por el tema. Realmente, si hay alguna diferencia en el desarrollo según si eres el primero, el último o el de enmedio, no lo he notado. Según como se vea, o soy la última o la penúltima de mis hermanos. Estas categorías, cuando se habla de gemelos, son accesorias.

Hace uno o dos meses, ví un programa sobre gemelos en la televisión. Por fortuna ya había empezado cuando encendí la tele, porque me incomodó mucho. Ver parejas y parejas de gemelos idénticos ya mayores que viven juntos y se visten igual, me hace pensar en los circos antiguos donde se exhibía gente deforme. Parecía no sólo que se sentían a gusto en su "gemelidad" (yo también), sino que rechazaban de algún modo sentirse individuos. También me recuerda aquella fascinante y terrible película, Inseparables ("Dead ringers", de David Cronenberg), donde Jeremy Irons hacía el papel de dos gemelos ginecólogos a cual más loco.

Biológicamente soy igual que mi hermana, hasta extremos que no vale la pena comentar. Ella, que tiene formación científica, considera eso algo fundamental en nuestra existencia, más allá de genes, circunstancias médicas y demás. No niego que tiene sus ventajas: siempre hay donante, no hay incompatibilidades... También millares de artículos científicos tratan sobre enfermedades que afectan más a gemelos. Incluso hay en Suecia un registro nacional, muy interesante, que tiene como simpático logo un par de cerezas unidas por los tallos.

Pero sigo pensando, cuando ella y yo hablamos de esto, que somos individuos diferentes; hemos estudiado carreras distintas, somos sujetos independientes. Ni yo soy una excrecencia separada de su cuerpo mucho antes del parto, ni ella del mío. Tengo bastante con ser una excepción de la naturaleza (antes de la proliferación de embarazos múltiples por técnicas "in vitro") como para hacerme otras preguntas.

Y responder por enésima vez sobre telepatías y otras excentricidades ya me cansa. ¿Acaso la biología es tan poderosa que influye en el pensamiento? No lo sé.

Mis amigas recordaban una fiesta multitudinaria que hice, donde ellas la conocieron en persona. No imaginaban que fuera "tan igual", aunque sabían perfectamente de su existencia... Sí, tenemos amigos distintos. Alguna vez me voy con los suyos y ella viene con los míos.

Vivimos en ciudades distintas y no nos morimos por ello. Tan sólo cuando viene a pasar un fin de semana de vez en cuando, todo el mundo sabe que "no estoy" salvo para ella. Si se quieren apuntar al plan, estupendo. Si no, hay otros momentos.

Por otra parte, cuando he coincidido con otros gemelos, siempre hemos hablado de puntos comunes en la relación que tenemos con el otro. El asunto de la individualidad es algo que una persona no gemela ni se plantea, pero supongo que es muy habitual entre gente como nosotras.

martes, 11 de noviembre de 2008

Músicas emocionantes

La semana pasada fui a dos conciertos en 24 horas, lo que no es muy habitual en mí.

El primero fue un concierto con música de Schubert, uno de mis compositores favoritos. Me gustó mucho, porque el cantante esta vez sí que estaba en buena forma. Además, no sonaron casi teléfonos en la sala, aunque las toses habituales siguen siendo demasiadas... Realmente, no entiendo a la gente que persiste en ir a un espectáculo si está enfermo. Y me molestan las toses, los comentarios, los móviles cuando voy a un concierto de música clásica, al cine o al teatro.

Se puede pensar que soy una histérica, pero no, es algo bien fácil; tiene que ver con la buena educación: Igual que cuando estamos escuchando a alguien a quien no conocemos hay que prestarle atención, y eso se hace en silencio. Luego ya puedes comentar lo que te parezca.

El segundo concierto fue el de Adriana Calcanhotto, una cantante y guitarrista brasileña que estaba de gira por España. Me interesaba ver cómo tocan dos de sus acompañantes, Doménico (percusionista) y Bruno (teclados), autor también de un blog llamado Instante posterior muy recomendable. He oído lo que han hecho en disco, pero tenía curiosidad por ver el directo. De ella no sabía casi nada, salvo que tiene una voz bonita.

Me lo pasé estupendamente y la amiga que venía conmigo, también. Bailé, canté, reí... ¿Es una contradicción con lo que he escrito dos párrafos antes? Creo que no. La música popular (no importa el estilo) tiene ese componente de "comunión con la feligresía" que suele ser muy gratificante. Reconozco que no lo cultivo mucho, pero es otro modo de salir feliz de un sitio, después de hora y media de buena música.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Comer (y beber) por decreto

Pensaba esperar un poco para hacer la segunda entrada, pero el gobierno brasileño me lo ha puesto al alcance de la mano.

Esta mañana leía que el viernes se promulgó un reglamento ( o ley, el periódico digital no lo deja claro) para establecer cómo debe ser una caipirinha.

Por una parte, me viene muy bien, porque así podré disfrutar de una tal bebida "comme il faut", y más ahora que un estupendo amigo me ha regalado una botella de cachaça. Por otra, parece una disposición a veces muy específica (20 grados Celsius de temperatura) y en otros, un poco más laxa, sobre todo en lo referente al azúcar y al alcohol, del que sólo especifica que deberá ser la susodicha cachaça. Me parece estupendo para evitar el garrafón, pero meter asuntos de "identidad nacional", como parece que indica, me da un poco de miedo.

Porque esto me lleva al pasado: Allá por 1989, aquí una servidora estudiaba la carrera de Historia, y decidí hacer un trabajo sobre hábitos de los judíos españoles que luego servirían a la Inquisición para incriminar a posibles judaizantes después de 1492.

Me encontré con la noticia de que los Reyes Católicos habían promulgado una Pragmática (una ley, vamos) estableciendo cómo se debía hacer el cocido... ¿"Identidad nacional"? Algo mucho más sencillo y turbio. De ahí data el poner cerdo o hueso de jamón en los cocidos. Un judío que se preciara de tal nunca comería un cocido con jamón.

Para terminar, dos cosas: Animo a la gente a degustar ese plato maravilloso que se llama adafina, y que es la versión sefardí del cocido. Yo lo probé hace muucho tiempo y aluciné.

La segunda: ¡¡Por favor, que alguien me proporcione la receta "oficial" de la caipirinha!!