viernes, 9 de enero de 2009

Nieve y algo más

Hoy ha caído la nevada más grande en mi ciudad desde hace treinta años. Para mí ha sido algo así como una vuelta al pasado, a mi infancia. Me gusta la nieve, incluso cuando corro el riesgo de acabar de bruces por el suelo.

Aquí no estamos ya acostumbrados a que caiga; si se me apura, ya hasta las lluvias un poco intensas nos resultan raras (mis amigos del Trópico dicen que aquí no sabemos lo que es llover de verdad). Hoy he oído más comentarios deplorando el tiempo (por los retrasos del transporte, los atascos, los lógicos patinazos cuando no se lleva calzado adecuado...) que admirando lo bonito que es ver caer copos y copos, esa temperatura no demasiado fría, la luz tan desacostumbrada. Creo que nos vence el pragmatismo y le concedemos poco tiempo a lo que es bello por sí. No es quedarse horas mirando embobados, sino apreciarlo.

Llegué a mi trabajo cuando todavía era de noche, y aunque había comenzado a nevar, no parecía tan importante. La sensación de magia vino cuando comenzó a hacerse de día, y pude ver el jardín tapizado de blanco con una buena capa. No, no he salido al jardín a jugar, aunque no me han faltado ganas. Nadie ha tenido la osadía, mis tímidas propuestas no han tenido éxito, y la mayor parte del jardín se ha ido blanqueando cada vez más. Alguno ha hecho fotos. Todo muy soso ¿no? El espesor de la nieve cuando me fui de allí debía llegar a los tobillos. Al llegar al parque que está cerca de mi casa, veía a la gente haciendo muñecos, pegándose bolazos y me entró una inmensa nostalgia.

Nostalgia de mi niñez y de mi hermana, a quien hubiera llamado de inmediato para ir a revolcarnos en la nieve si estuviera aquí. Creo que me estoy volviendo cobarde.

Supongo que en países del Norte, donde el invierno es más riguroso que aquí, lo de jugar con la nieve ya debe ser puro aburrimiento... Pero pueden patinar sobre hielo, cosa que aquí no creo que se haya hecho nunca al aire libre.

Me encantaría que esta noche volviera a nevar y siguiera así al menos todo el sábado. En un país que está la borde de la desertización por el clima, por el abuso de nuestros recursos hídricos, por poner campos de golf en donde es ilógico pero muy rentable (ya se sabe, sol y largas extensiones de césped, que chupa agua como una esponja, para un turismo de pudientes), deberíamos empezar a pensar en estos fenómenos como las últimas oportunidades de ver lo que fue normal en un pasado no muy lejano. Igual que aquello que se decía, que una ardilla en tiempos remotos podía atravesar la Península Ibérica de punta a punta sin bajar de las copas de los árboles. Ahora casi podría ir de urbanización en urbanización.

Bueno, dejo ya las reflexiones nostálgicas y cambio de tercio, un poco sorprendida por haberme enterado (por el teletexto) de que Bryce Echenique ha sido multado por plagio en Perú. Realmente no lo entiendo. Tampoco entiendo otros casos de plagio, musical o literario, porque creo que ahora ya no se "copia" en artes plásticas salvo como método de estudio (que alguien me corrija si me equivoco) o para tener en el comedor una reproducción de la Última Cena de Leonardo. Y lo entiendo menos todavía en el caso de gente reconocida, que ya tiene un prestigio y no necesita acudir a lo que otros hacen para conservarlo y sí para perderlo.

Leí que en campo de la música es más complicado establecer lo del plagio, que en el sistema musical occidental, prácticamente ya está todo inventado... No lo sé, no tengo conocimiento suficiente. Leí todo aquel revuelo que se formó cuando se acusó de plagio (en las letras de las canciones) a un famoso cantante de rock español de aspecto y pose bastante chulescas y que dio la callada por respuesta... Lo que me lleva a un tema que algún día trataré, que es el de los textos en las canciones. Queda pendiente.

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