domingo, 29 de marzo de 2009

comer, ver...

Los que me conocen, saben que me gusta cocinar y comer. Quienes me conocen mejor, saben que me encantan las "películas gastronómicas", aquellas donde comer, cocinar o ambas cosas forman parte consustancial de la historia.

Debo decir que me gusta más ver cocinar que ver comer, aunque no me resisto a las mesas de Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, Ingmar Bergman,1982), La edad de la inocencia (The age of innocence, Martin Scorsese,1993), Celebración (Festen, Thomas Vintenberg, 1998), El banquete de bodas (Ang Lee, 1993), Dublineses (The dead, John Huston,1987), El festín de Babette (Babettes gaestebud, Gabriel Axel, 1987), El padrino -toda la trilogía- (The godfather, Francis Ford Coppola, 1972-1990), La boda del monzón (Moonson Wedding, Mira Nair, 2001).

En algunas de éstas, como en la de Axel, también se cocina, o se corta, o se cuece, como en Tampopo (Juzo Itami, 1985), Comer, beber, amar (Ang Lee, 1994), Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992), Deliciosa Martha (Drei Sterne, Sandra Nettelback, 2001), etc. Paso de hacer una lista exhaustiva, consciente de que quizá se me escapen una buena docena.

La última que ví fue Estómago (Marcos Jorge, 2008) que para mí es poco gastronómica por mucho que cuente la peripecia de un cocinero, aunque tiene sus puntos.

El proceso de elaboración de cualquier cosa que luego nos llevamos a la boca tiene la épica del "sangre, sudor y lágrimas" en el sentido literal:
  1. sangre propia (del tajo que te acabas de hacer y casi se lleva por delante cualquier dedo) o ajena (al limpiar de sangre y vísceras el interior de un pollo, o un pescado de regular tamaño)
  2. sudor: quisiera veros alzar la mano los chulos que habéis levantado más de 6 claras de huevo a punto de nieve ¡con dos tenedores! (listos, la batidora eléctrica no vale)
  3. lágrimas: las del punto 1 o las que producen unas bonitas cebollas cortadas en brunoise.
Disfruto viendo el inicio de Comer, beber, amar, con el cocinero cortando con precisión milimétrica, el periplo de Tampopo buscando cómo hacer el mejor caldo para la sopa de fideos, las canciones del grandísimo Paolo Conte en Deliciosa Martha o toda la música de la Boda del Monzón... Me dan ideas para lo que luego me gusta hacer en casa.

Noo, no he hecho "codornices en sarcófago", pero me acuerdo de una cena en la que tomamos cocina occidental con palillos... Inenarrable lo de atrapar las tapitas de jamón serrano con los susodichos... O llenar una mesa auxiliar con velas.

Ah, las velas. Me gusta cenar con velas encendidas, es curioso cómo cambia el color de la comida; si las velas no son de parafina tipo ikea, al cabo de un rato desprenden gran cantidad de luz; aparte de que
los ojos ya se han acostumbrado a la penumbra relativa, claro. Supongo que habrá alguna explicación científica, que no es sólo percepción sensorial.

Aborrezco el concepto "cena con velas" como táctica de seducción (qué fino me ha quedado), tipo musiquita sensual, condumio más o menos elaborado, vino, velas... Lo siento, me gusta no mezclar churras con merinas: la cena es degustación de alimento. Lo que luego pueda pasar no tiene por qué ser consecuencia de lo primero.

También disfruto con los recetarios (eso ya lo he contado en algún blogusino anterior -cuando se llamaba entrada), pero más con los libros de gastronomía, antropología o historia de la gastronomía. Uno de los más interesantes que he encontrado es Food. A History, de Felipe Fernández-Armesto. Es pequeño, interesante y una forma distinta de leer historia. Ah, hay traducción al español.

Es evidente que he escrito todo esto para que, si podéis, leáis y veáis lo que os digo; y que comentéis alguna cosa...

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